lunes, 26 de abril de 2010

¿Quiénes son?: Sindo y María Elena

El dúo de Sindo y María Elena era la respuesta a la pregunta del post anterior. Algunos conocidos los identificaron al instante, a pesar de los atuendos. Arriba, un cartel anunciado un concierto en un restaurant-bar llamado Habana: una de las imágenes en relación con Japón que aparecen en su página de myspace, donde también pueden escucharse un par de grabaciones de la época. Debajo, el cartel de Roger Aguilar Labrada (sin fecha) para el entonces Consejo Nacional de Cultura, hallado en una página sobre gráfica cubana del Online Archive of California, y que me llevaría al tema.

viernes, 23 de abril de 2010

¿Quiénes son?


La adivinanza es para los lectores cubanos, mayormente para quienes vivieron en Cuba en las décadas de los setenta y los ochenta. Oculta menos un tema japonés que mi sorpresa ante unos rostros habituales por aquella época en la pantalla chica y que había borrado de mi memoria. Hacia 1980 estuvieron quince meses en Japón y de ahí es la foto. (Omito, lógicamente, la fuente de la información, que aclararé en un próximo post).

Aparte de Los Compadres, y de la participación de Los Hermanos Bravo como parte de la delegación cubana a la Feria Internacional de Osaka en 1970 (un documental japonés que estoy tratando de recuperar), desconozco cuántos otros artistas pasaron por tierras japonesas antes del boom de la salsa y la agencia montada por el escritor Murakami Ryū. Por el momento, ésta es la única foto que creo conocer de artistas o personajes públicos cubanos en atuendos japoneses.

martes, 20 de abril de 2010

Huyamos despavoridos como ratas


En comparación con el cine japonés, y acaso hasta el despliegue internacional del cine chino en la década de los ochenta, la producción cinematográfica del este de Asia exhibida en Cuba fue bastante exigua. Al menos, hasta la presentación del Sorgo Rojo (1987) de Zhang Yimou, la única cinta del este de Asia no japonesa que recuerdo haber visto la vi en mi infancia. Fue en uno de los cines del barrio chino de La Habana (Nuevo Continental o Águila de Oro) donde, convoyadas con las películas del circuito de exhibición habitual, todavía pasaban películas chinas, y en chino, para el público del barrio. En aquella ocasión, mi padre me había llevado a ver El octavo (1969) -una historia búlgara sobre la resistencia antifascista- y la cinta china de turno era una comedia fantástica, donde un joven inocente era apaleado y un mago hacía que los golpes le dolieran a la suegra malvada. Era una cinta en blanco y negro, probablemente de los años cincuenta y, casi con seguridad, producida en Hong Kong o Shanghai. (Desconozco si la sociedad china siguió importando filmes para su consumo después de 1959 o si eran rollos que ya estaban ahí y se repetían hasta la saciedad, o si en algún momento dejaron de pasarse y desaparecieron).



Fuera de eso, sólo recuerdo las reseñas de “filmes clásicos” de Corea del Norte en uno de los mejores libros de humor que he leído: un compendio de Kim Song Il sobre la cultura norcoreana (o tal vez únicamente sobre su cine) donde se afirmaba, entre otras cosas, que el idioma coreano era apto para enseñar el marxismo porque tenía alternancia de sonidos altos y bajos. Los títulos de esas cintas “clásicas” -casi todas supuestamente escritas o dirigidas, o, al menos, supervisadas, por Kim Il Sung o Kim Song Il- eran del tenor de “De cómo la aldea tal sobrecumplió la cosecha de manzanas”.

Lo otro era una frase que oía comentar y que se atribuía a una cinta norcoreana exhibida en Cuba. Nunca vi la película y ninguno de los que decía haberla visto me supo dar razón ni del título, ni de algo más sustancial que no fuera el hecho de que era una película de guerra. Hoy pienso que tal vez pudo haber sido Mar de sangre (1968), un filme basado en una obra "clásica" supuestamente escrita por Kim Il Sung en la década del 1930, sobre la lucha contra la ocupación japonesa, y del cual existe el cartel del ICAIC que ilustra esta nota. De provenir ciertamente de algún filme, la frase resulta más que elocuente para advertir no ya lo burdo de la propaganda, sino el sinsentido de un sistema. De suponerla una invención popular, sería una magnífica muestra del ingenio cotidiano para hiperbolizar el evidente ridículo (y probablemente para asociarlo, implícitamente, a la similar esencia retórica del gobierno cubano). Ante el avance de las tropas de Kim Il Sung, y asumiendo el lenguaje triunfal de sus oponentes, los enemigos (y para el caso daba lo mismo japoneses, surcoreanos o chinos) exclaman a voz en cuello: “huyamos despavoridos como ratas, que ahí vienen los heroicos combatientes del ejército rojo”.

El cartel de Mar de Sangre está firmado por Dimas y es de 1971 (la imagen utilizada está tomada de otro enlace donde no aparece la firma). Las fotos de los cines han sido tomadas de sendos post del blog Buena suerte viviendo, de Lázaro Sarmiento, y pertenecen al Nuevo Continental y al Águila del Oro. Ambos posts están fechados en 2009 y no sé si ese será el estado actual de ambos cines. El cartel que aparece en la pared del Nuevo Continental, dice Cine Continental y también con este último nombre lo reporta el autor del blog. Tal vez la Oficina del Historiador de la Ciudad, que para esa fecha tenía la obra en estudio, haya hecho algún “descubrimiento” con respecto al nombre del inmueble.

sábado, 10 de abril de 2010

Contextos de Akira Kurosawa

“Contextos de Kurosawa”: una colaboración para el diario digital Factual.es, en el centenario del nacimiento del director japonés.

Quisiera añadir (a la nota en Factual.es) que dentro de la relativamente abundante cinematografía japonesa proyectada en Cuba entre las décadas de los sesenta y los ochenta (tema al que me he referido tangencialmente en “Seremos como Ichi” y en “Gorath / Latitud Cero”) Akira Kurosawa fue, sin duda, el director más conocido. Al menos, hasta que supimos de la existencia de Nagisa Oshima cuyo El imperio de los sentidos fue, acaso únicamente en virtud del “escándalo” que se le atribuía por sus escenas de sexo, la cinta japonesa más esperada dentro de la isla. (La vi a inicios de los noventa en una de las salas de cine de la Universidad Nacional Autónoma de México y desconozco si finalmente llegaría a ser exhibida en Cuba; recuerdo, de hecho, a algún dirigente del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos aseverando que no ponía la cinta para evitar los tumultos que seguramente ocurrirían por ver –probablemente señalando sin proponérselo lo que a él mismo le había interesado de la cinta- “un pedacito de rabo”). Si bien otros directores como Masaki Kobayashi o Kaneto Shindo habían comenzado a sernos familiares -en buena parte gracias a aquella magnífica -y hoy desaparecida- producción gráfica de carteles y vallas que anunciaban los estrenos por la ciudad-, ninguno, aunque la tenían, fueron asociados, como Kurosawa, con una producción constante. A Kobayashi lo recordábamos mayormente por su excepcional Harakiri (tal vez más que como el mismo director de la muy gustada Kaidan) así como a Kaneto Shindo por La isla desnuda.


Hoy dudo de si más de una cinta de aquellos otros directores (y aun de otros que ni siquiera llegamos a nombrar) fueron exhibidas y acaso olvidadas por no avenirse al género “samurái”, que era el imaginario cinematográfico y cultural al uso con el que se identificaba a Japón. O, sencillamente, por no estar sus directores precedidos de la fama que Occidente había prodigado a Kurosawa, a quien -en desconocimiento de toda la complejidad cinematográfica japonesa- convertimos en el director japonés por excelencia o, quizás, en el único identificable. Desconozco si en la actualidad, y luego del despliegue del cine del este Asia en Occidente desde la década de los noventa -donde, para el caso de Iberoamérica, España parece estar a la vanguardia, incluso en el conocimiento de esos “clásicos ignorados”- los cinéfilos cubanos dentro de la isla hayan sucumbido a la afición al anime o tengan entre sus favoritos a directores como Takeshi Kitano, Kiyoshi Kurosawa , Takashi Miike o Sabu.